Primero que nada, debo aclarar que no soy un fan del Barcelona pero sí de su futbol. No pierdo el tiempo comparando lo que hace Messi con lo que hace o deja de hacer Cristiano Ronaldo y mucho menos con lo que hizo Maradona, Pelé o Cruyff, de hecho, no me interesa compararlo con alguna deidad. Messi se cuece aparte en todos los sentidos y me parece que la injusticia del futbol ayer cometió su más grande atrocidad contra el último de los jugadores que ama este deporte tan empañado de vicios y perversiones.
Ayer todos nos emocionamos con la final de la Copa América en sus cien años de existencia. Era una fecha importante de la cual se hablará el resto de la historia, incluso cuando nosotros ya no estemos aquí. Se hablara más del llanto de Messi que del gran equipo que fue Chile durante dos años, en los que consiguió un bicampeonato sobre selecciones como la uruguaya o brasileña, nada de eso importará. La noche de anoche será recordada por las lágrimas del diez, aquel que falló frente a la portería como casi nunca lo vemos hacer. Nos acostumbró a verlo frente a la portería y hacer un gol en el que no sabías bien si lo hizo con la pierna izquierda o con una varita mágica.
Todo un país, junto con sus medios de comunicación, lo ha reventado. Incluso Maradona ha dicho que no es un líder en el campo pero qué debemos reprocharle al diez de la albiceleste cuando nos ha enseñado un lado que pocas veces recordamos en el futbol.
Recuerdo el texto de Hernán Casciari sobre Messi que, quitando el romanticismo argentino, deja grandes fragmentos que recrean y resignifican el futbol. Ese futbol moderno donde el marketing es la gran primicia y los estadios de futbol han dejado de llevar los nombres de las grandes leyendas del club para pasar a ser monstruosas construcciones de clase A con el nombre de alguna marca de autos o de líneas áreas. Messi nos recordó ese valor del futbol pero, sobre todo, del juego, de divertirse con el balón, de dejar a un lado las mañas que te dan ventaja en las reglas del juego. Casciari dice: “En los inicios del futbol, los humanos también eran así. Iban detrás de la pelota y nada más: no existían las tarjetas de colores, ni la posición adelantada, ni la suspensión después de cinco amarillas, ni los goles de visitante valían doble. Antes se jugaba como juegan Messi y Totín. Después el futbol se volvió muy raro”.
Tiene razón, el futbol se volvió raro, lleno de expectativas que nada tienen que ver con el futbol y sí con la demagogia y el negocio. Un espectáculo lleno de trofeos falsos, porque ante todo, ser el mejor tiene que ver mucho con cuántas playeras vendas o cuántos botines estrenes cada temporada. Poco tiene que ver con el amor al juego más allá de los lujos y la fama. El amor al balón es ese que tiene Messi cada que lo roba al rival en media cancha o a la hora de ponerlo en el poste más alejado del portero como una caricia a la red.
Ayer lo vimos poner asistencias de gol que sus compañeros dejaron ir. Lo vimos caer al césped una y otra vez, provocado por la torpeza y mala leche de los defensores chilenos. También lo vimos correr, bajar, defender y acarrear el balón a la portería contraria mientras los defensas no ocultaban su pánico al verlo encarrerado. Después, todo se tornó gris, o mejor dicho negro, y es que cargará con la falla de un penal que salió por encima del poste. Un balón que llegó a las manos de un aficionado atónito por la falla.
Minutos después anuncia su salida de la selección y no escribo desde la compasión, sino desde la desilusión de pensar en la posibilidad de ver jugar menos partidos a Leo. No importa cómo, dónde o con quién, verlo jugar inspira y hace enamorarse un poquito más del balón y sus tratos. Me duele verlo entre lágrimas, repito, no por compasión, porque un aficionado al Atlas de Guadalajara sabe de ello, pero eso es harina de otro costal. Me duele porque parece que es él contra once más. Evidentemente no es justo, porque sé o intuyo, que detrás de esta acalorada decisión de dejar la selección está la presión de todos nosotros. Queremos que todo lo que toque termine en gol. Por las críticas de todos los madridistas que lejos de disfrutar el futbol, gozan ver caer a Messi, por todos los medios argentinos y sudamericanos que se olvidan de la expulsión absurda de Rojo, del fantasma de Di Maria, las fallas vergonzosas de Higuain y Agüero. Para dejar un campo minado a Messi, ese pecho frío que no entiende de otra cosa más que de futbol. Es aquí donde me permito usar esa palabra tan corrosiva, el único que parece amar y jugar al auténtico futbol.
Sólo quisiera decir una cosa más, como si Messi me leyera esta mañana: así no Lio, así no. No puedes irte así, porque le has dado al fútbol lo que no se conocía. Nos has enseñado a nosotros que los magos no existen, pero la magia sí. Nos has enseñado que, lejos de un penalti fallado, incluso en las derrotas, los jugadores como tú serán recordados, incluso hablando de sus fallas, como el mejor. Así no Lio, así no.