La primera vez que escuché Sunbather (2013) de Deafheaven tomé mis audífonos y los aventé con fuerza ante el impacto de las primeros riffs de guitarra. Nunca antes una pieza musical me había aterrado tanto. No era atípico a muchos subgéneros del metal, pero hasta ese momento no había encontrado algo que me hablara de forma tan potente y directa.
El romanticismo de los pianos, los preciosos arpegios de guitarra y las melodías sofisticadas con los que se introduce el disco, ahogadas de golpe bajo una gran cantidad de elementos reverberantes y el gutural demoniaco de George Clarke. Un cambio bipolar y la perfecta introducción a una banda a la cual he aprendido a adorar gracias a sus ambivalencias entre momentos obscuros regidos por gritos y aquellos de tintes romances acompañados por coros angelicales. La luz contenida dentro del completo desastre, la fragilidad que se esconde en la violencia.
Gracias a Deafheaven empecé a escuchar black-metal y a entenderlo como un precedente al shoegaze. La intención es crear la pieza musical más hermosa y después convertirla en algo que es imposible de escuchar. Tienes que nadar debajo de capas y capas de ruido, derivado de las guitarras, los gritos, la producción tan sucia. Es un concepto increíble. Es música que te pide toda tu atención y eso mismo sentí cuando tuve la oportunidad de platicar con George Clarke, poco antes de su segunda visita a México.
Tomé el teléfono, recibí la llamada. Estaba encerrado en un salón de clases sin ocupar del Claustro de Sor Juana, con las bancas desparramadas alrededor. Su voz, tranquila, me recordó de inmediato a lo que se presentaba sobre el escenario: Una persona elegante, pero peligrosa. Un hombre intelectual que grita hasta escupir sangre. Un mortífago de Harry Potter. Sereno, tranquilo, me saludó y empecé a hacerle un test.
«Toda la familia está ahí, alrededor de la mesa, y me miran como si me hubieran estado esperando por horas; estoy confundido al respecto, pero me aceptan y yo me siento con ellos. Entonces los kapibaras me dicen -‘¿Por qué te tomó tanto tiempo llegar a casa?’, a lo que yo respondo – ‘No sabía que esta era mi casa’, y todos reímos como locos».
Declaró, sobre el animal -un kapibara- que se encontró mientras se encontraba perdido en el bosque. Una historia que creamos en conjunto haciendo uso de una escaleta que he repetido con infinidad de músicos, quienes normalmente crean cosas divertidas con ella. Revelan cosas de sí, claro que lo hacen; pero no piensan en hacerlo de forma consciente como George. Él literalmente dijo que el lugar al cual quería ir, la casa de sus sueños, se encontraba debajo del suelo, en el subconsciente, y que tenía que abrirlo a golpes con una pala hasta encontrar aquello que había perdido, con el paso del tiempo, su objetivo, su verdad, su hogar. Es un genio.
El resto de la plática se centró en la historia de la agrupación, desde que conoció al -otro genio- de Deafheaven, el guitarrista Kerry McCoy y dormían juntos en una camioneta en las calles de San Francisco, pasando por sus problemas con las sustancias, su fascinación en aquella época no solo por el black y el death-metal, sino también por el gangsta rap y su peculiar camino al éxito. Cuando Sunbather (2013) se convirtió, de la nada, en el álbum mejor criticado del año en Metacritic y el proyecto pasó de ser una joya escondida en el under del metal estadounidense a ser banda bandera de Pitchfork y de la cultura hipster.
Hay algo que hizo que Deafheaven hiciera ese salto, el del pertenecer a una cultura pop más abierta que la del nicho del puritismo metalero: no tratan de esconder su elegancia y tampoco lo hacen con su feminidad, explorar dentro de ella para hacer de su música lo más impactante posible. La portada, rosa, es una muestra de ello.