Me subí temprano al Uber, un par de horas antes de lo necesario para tener un tiempo de soledad. Abrí la ventana para respirar y sentir cómo me golpeaba el aire, frío, en el rostro. Debajo de mi brazo, cargaba con un libro, escondido, que no quería que nadie viera, pero que significaba mucho para mí. Me dirigí a entrevistar a una muchacha de quien no sabía absolutamente nada, había aceptado la plática solamente porque David Barajas me preguntó -¿no vas a entrevistar a Aurora?, muero por tomarle una sesión de fotos-. Ya había rechazado la propuesta, por desconocimiento, pero, por el respeto que le tengo a este, probablemente el mejor fotógrafo musical del país, la acepté. No tenía ni idea de lo significativa que terminaría siendo esta interacción, ni del nivel de artista al cual me estaba dirigiendo.
Bajé del automóvil, el encuentro iba a ser entre los bastidores del Plaza Condesa, pero tenía una hora y media sin nada qué hacer, así que me senté a esperar en una banca del Parque México. Árboles alrededor, un montón de perros jugueteando en las fuentes de agua, el sonido de los automóviles corriendo de un lado a otro y la sensación húmeda en mi rostro, acababa de llover y estaba respirando petricor. Tomé el libro, escondido, lo coloqué sobre mis piernas de tal modo que nadie pudiera ver la portada del título y caí, ahogado en la historia de una niña que acababa de ser adoptada por su propia madre sin que lo supiera. Un mundo en donde un segmento de tu alma, tu consciencia, te acompaña de un lado a otro en forma de un animal, el daimonion.
Me sentí pleno, leyendo aquel libro en el exterior, acompañado de la brisa y de la poca naturaleza que queda por disfrutar en esta ciudad. Por unos minutos, me olvidé de todo y de todos y pude empatizar con la protagonista de un libro para niños no mayores de secundaria. Cuando David llegó, el mundo se cerró. Tomé al libro y volví a cargarlo, con la portada escondida, atrapada entre mi mano y mi pierna. Tocamos la puerta trasera del foro en tres ocasiones y nos dejaron entrar de inmediato.
Aurora Aksnes estaba bailando de forma extravagante, entre las mesas del comedor, sin nadie cerca de ella. Aproveché para acercarme a saludarla previo a nuestra entrevista y romper el hielo con ella. Una chica que por sí misma podría resultar un poco intimidante. Hermosa y de aspecto jovial, estaba feliz, moviendo sus brazos para todos lados. Me dio la mano, haciendo una pequeña reverencia y empezamos a platicar, caminando alrededor del pequeño salón. Ella ya era una adulta, aunque una tres cabezas más pequeña y muy enérgica, tan motivada como una niña.
Mientras le explicaba cómo era mi trabajo y cómo me sentía en él en aquel momento, ella dejó de verme a los ojos y se le quedó viendo a algo más. Al principio, creí que estaba observando el suelo, pero después noté que sus ojos se dirigían a mi mano, aquella con la cual estaba cargando mi libro, escondido. Lo volteé para que pudiera ver la portada en lugar de la contraportada y Aurora me lo arrancó de los brazos y empezó a bailar con él, dio unas cuantas vueltas mientras lo sostenía al nivel de sus ojos. -Me encanta, amo este libro-, gritó, -Northern Lights (de Philip Pullman). El título es tal como mi nombre, por eso lo leí cuando era muy pequeña y lo sigo haciendo, de vez en cuando. Me trae mucha paz-, declaró (según lo que recuerdo, pues eso no lo grabé) mientras me lo devolvía.
En aquel momento, estaba presionándome a mí mismo por ser la persona más madura que pudiera ser, quería perfeccionarme, ser fuerte. Lo era, pero estaba incorrecto en algo y eso me estaba carcomiendo. Estaba confundiendo ser -maduro- con mostrarme -adulto- y debido a ello me estaba empezando a apenar de algunos de mis intereses y de algunas de mis actitudes, igual de joviales que ella. Estaba apenado de mi capacidad por maravillarme, de mi inocencia, de todo lo que podía hacerme sentir vivo y sentir amor.
Cuando nos preguntaron dónde queríamos hacer la entrevista, nos propusieron un par de sets, un par de estudios alrededor de las instalaciones, pero se veían y sentían muy adultos. Sabía que estaba por vivir algo especial, una conexión más íntima. -¿Por qué no nos sentamos ahí, sobre esa pequeña barda, con las piernas entrecruzadas?-. A sus agentes no les gustó, pero Aurora saltó feliz y se movió hacia allá antes de que cualquiera pudiera decir algo.
-Los libros para niños son los mejores, siempre dicen las verdades más incómodas y las hacen ver tan inocentes-, mencionó mientras yo le explicaba la razón por la cual me parecía el tipo de novela más complicada de escribir… por tener que ser compacto y accesible. Yo no podía estar más de acuerdo con lo que dijo, platicamos tendido sobre los libros como medios de transformación y de la muerte como algo inexistente. Todo con mi tomo de Luces del Norte frente a nosotros, como si fuera una fogata que nos permitió platicar de una mejor manera gracias a su brillo y a su calor. Había encontrado a una de mis daimonion.
Conecté de una forma especial con Aurora, por sobre cualquier otra entrevista que he realizado, porque era la imagen que necesitaba ver. Normalmente me gusta ser quien da el ejemplo a los demás, quien se muestra recto y seguro de quién es y hacía dónde va. Pero, en aquel momento no lo sabía y ella, con su dulzura y su efervescente interés por todo lo que le decía y preguntaba, me mostró que puedo seguir cargando con todas esas manías que tengo, con caricaturas y libros para niños, que no es que no los leyera, pero en ocasiones los escondía. Al final me prestó su bolsa de Grumosa, el personaje Adventure Time, y quise comprarme una igual.