El tránsito va lento por las venas de asfalto.
Insoportable calor y miradas sudorosas, esperando salir cuerdos
y tirarse en el sillón.
Ojala tuviera una nave, que de repente despegara
y navegase directo a mi destino: cualquier sitio menos éste,
no tengo hogar.
Me salgo del carro y le subo a la música,
con el puño en el aire empiezo a cantar el coro,
me subo al toldo del carro y empiezo a sacudirme
en cámara lenta.
El calor de repente se convierte en lluvia, un ejercito de nubes se apodera de los cielos;
– «nos derretimos, nos deshacemos, desaparecemos, nos duele»- gritan los otros seres,
al tiempo en que los beats aceleran y huyen de sus automoviles
-«Lluvia ácida, lluvia ácida!» – gritan hasta evaporarse.
Increiblemente sigo bailando en el toldo.
Por lógica me hubiese derretido, pero yo la invoqué,
se las traje como regalo mio, mi aprecio hacia la humanidad,
lluvia acida merecen, y ustedes huyen, no los entiendo, deberían bailar,
quemarse la tibia capa de piel que los cubre,
desaparecer en un tiempo incomprensible,
agonizar en una estrofa,
en un bailoteo,
y un derrame cerebral en el volante.
-«Avancen, avancen, la salida es por el lado izquierdo…jovencita…¿se encuentra bien?…¡avance por favor!»-.
Por fin despegué.