No, no es “Odisea Burbujas”. 2001: Odisea al espacio está considerada como una película de culto. Dirigida por Stanley Kubrick y estrenada en 1968, formó un parteaguas en el género de ciencia ficción. El género espacial partiría de aquel filme. La idea original es de Arthur C Clarke, autor también de libros como “La ciudad y las estrellas”, “Cánticos de la lejana Tierra” y cuentos como “Los Nueve Billones Nombres De Dios”. El espectador, al ver la película que dura más de dos horas, se encontrará en un estado de reflexión acerca de lo que acaba de acontecer frente a sus ojos. ¿Una obra de arte? Quizá.
Hay muchas explicaciones de críticos del cine, de aficionados, de la red. La verdad, es que uno le dará la explicación que le apetezca, que más se adapte a su realidad.
Al principio, sólo se escucha la música de Richard Strauss, “Así hablaba Zaratrusta”, y habrá personas – incluido su servidor- que piensa que lo han timado y que está dañada. Lamento decirles que no, es el inicio de todo. Comienza el universo. Y todo acontece. Después, conforme avanza la película, se puede notar que se ubica en la Tierra, apenas amaneciendo el día, con los primeros rayos del sol, se forman las primeras plantas en el suelo. La historia de nuestro planeta. El sol avanza, y se pueden notar tapires a lo lejos, cuando la primera forma de vida animal aparece. Pronto, los simios hacen lugar, son herbívoros y conviven de cerca con su hermano, el tapir. Nos hace referencia a aquel místico y nostálgico lugar que la religión católica nos explica: el paraíso. La inocencia del ser humano. El día sigue su camino, y ya por el atardecer, otro grupo de simios puede verse. Algunos simios, de lados contrarios del charco, gritan, gruñen, se agitan. Pero no se hacen daño, no hay conciencia de la violencia, del mal: de la humanidad. Ambos grupos se retiran, y llegan a sus respectivos hogares. Entonces, algo aparece. No se crea, ni cae, sólo se encuentra. Un monolito de un desconocido material. Entonces, la curiosidad de los simios los mueve. Todos se acercan al lingote y lo empiezan a tocar, a frotar. Acaba el primer día, y con él, una etapa del ser humano. Algunos dicen que ese monolito refiere al miembro sexual masculino. Otros hablan de la inteligencia. Algunos más de la malicia. Prefiero la segunda. Amanece. Otro ciclo. Los simios que actuaron en ese “ritual” entonces logran matar a un tapir. Otros, matan a uno de sus hermanos, un simio de otra agrupación. Los fuertes, los maliciosos – se suele decir ‘los inteligentes’- alejan de su territorio a los débiles, los inocentes. Claramente, esto remonta la evolución del mono a nuestra especie. Luego, un simio hace girar por el cielo un hueso, símbolo del desarrollo humano. 40 minutos se van en estas escenas. Quizá en ese momento el espectador pensará que la trama se dirige a la historia del ser humano, de lo que sabemos. No es así. Lo que sigue es lo que desconocemos de nosotros mismos, del misterio de nuestra existencia.
Cuando el hueso gira, la carrera hacia el espacio está hecha. Pronto, contemplamos otro monolito en la Luna. Varios investigadores llegan a el. Cuando tratan de tomar una fotografía de este acontecimiento histórico, el monolito, al encontrarse con el sol, funciona como alarma. Indica a otros seres que el ser humano ha evolucionado lo suficiente. Los astronautas mueren entre las ondas que del monolito emanan. Un corto episodio del presente, una mirada al futuro cercano.
Esta parte recuerda a la actual película Prometeo, del director Scott Riddley, una precuela de Alien. Donde el ser humano ha sido creado por una raza extraterrestre, la cual se está buscando. En ambos casos, el creador deja pistas para ser encontrado. ¿El creado encuentra a su creador? No se sabe.
Después, en otro lugar del espacio, rumbo a los anillos de Júpiter, se encuentra una nave espacial, comandada por el robot más inteligente, con rasgos de personalidad humana, HAL. HAL es una referencia a la empresa IBM, una de las más influyentes en la tecnología de aquellos tiempos. HAL decían, era una máquina perfecta: No cometía errores. También, esta sección, corresponde a Yo Robot, del autor Isaac Asimov. El mayor avance de la tecnología serán los robots, eso es indudable. Pero también será su destrucción. La parte perfecta está programada para eliminar los errores, las imperfecciones, que somos los seres humanos. Aunque los humanos poseen algo que siempre los salvará: La libertad de pensamiento, y toma de acciones. En ambos casos, la tecnología es vencida. El astronauta que queda se dirige a los anillos de Júpiter, y percibe algo: Otro monolito. Ahora, el personaje que es protagonista en este tiempo, es llevado por un viaje casi psicodélico, casi surrealista.
El viaje es largo, pero después se encuentra con una versión suya más vieja de sí mismo en un lugar que parece ser una mansión, blanca completamente, representando la pureza. Conforme avanza, ve a una versión más joven, y otra vez, otra mucha más vieja. Después, se encuentra hecho un feto y desde el espacio, puede ver la Tierra. Nostálgico. Es, de nuevo, el ciclo del hombre. Simboliza la decadencia de la humanidad, y la próxima resurrección de la humanidad. Un viaje interno, que se complicará demasiado, hasta el grado de sintetizarse.
Hay muchas incógnitas en este filme, y por eso se denomina de culto. Porque es misteriosa, paradigmática, filosófica quizá. Lo que les puedo afirmar es que es una película que hace reflexionar al ser humano de su propia existencia, de su evolución y preguntarse ¿Qué soy? ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegamos a tal punto de ceguera? Y mientras más y más meditemos el asunto, más y más preguntas llegarán. Nos daremos cuenta que tan ciegos estamos ante la verdad.