A primera vista, el MAM parece ser un pequeño lugar, algo sin importancia. Pero en el momento en que uno cruza sus puertas se puede dar cuenta de la majestuosidad de sus instalaciones. La edificación diseñada por Pedro Ramírez Vázquez cuenta ya con 50 años de abrir sus puertas al público. A su entrada se encuentran escaleras que dirigen a dos salas superiores, a la par de salas a nivel tierra.
Es curioso saber que el MAM sólo posee exposiciones temporales, un museo que se reconstruye cada lapso de tiempo. Se puede encontrar tanto pintura como escultura y fotografía. Artes visuales que dialogan entre sí. Posee una museografía inigualable, ya que conforme uno pasea por las salas puede encontrar una graduación de temas, un movimiento entre una pintura y otra, un puente comunicativo que produce una fluidez entre las obras. Y quizá se pueda pensar que es un museo culto, de eruditos y académicos que saben al respecto, pero no: es donde surge lo interesante. Es un museo que provoca a cualquier espectador una emoción, incluso una pasión por seguir adelante. Sea un amante del arte, un niño, un anciano, etcétera. En sus muros puede leerse una frase interesante que hace recordarlo.
En el Museo del Arte Moderno se pueden encontrar muros que se mueven, se disipan y regresan en el tiempo. Un espacio donde podemos tanto encontrar arte de todo tipo de corrientes reencontrándose con obras actuales, o esculturas que conviven con árboles, e incluso una librería, tienda de souvenirs y hasta un café. Todo eso se encuentra en el corazón de sus entrañas, en el cual hace una mezcolanza de sentidos, de emociones y de experimentación completamente viva. El arte moderno es una bestia que nos persigue por las calles, a todas horas, en todas partes. Seamos presa de él y visitemoslo en su casa, el MAM.
