Luc Besson no te introduce a una película. Luc Besson te lanza directo a ella.
Esa agresividad del director resulta en un acierto, que es al mismo tiempo un error: su ritmo. Durante un buen tramo, la cinta no aburre y tiene una gran dinámica. Siempre hay algo sucediendo. Si el señor Besson puede explicarte algo mediante un corte a un clip de archivo, o un flashback, lo hará. De esta manera, tenemos un producto corto pero conciso, que excluye cualquier tipo de filler. Más adelante les explico la parte del error.
Lucy es una mujer que debe viajar de punto A a punto B para entregar una bolsa llena de una droga misteriosa que ha sido insertada en su abdomen. Algo sale mal, la bolsa se abre, y Lucy comienza a desarrollar su capacidad cerebral más allá del 10% del humano promedio. Parece una historia bastante simple de seguir, pero de alguna manera Besson logra enrevesarla y complicarla con intentos de explicaciones científicas. El conflicto principal, pues, no es el que el inicio de la película (o los trailers) parece transmitir, en un intento bastante desesperado de dotar de trascendencia a lo que en las manos de otra persona sería un simple blockbuster de acción y palomitas.
A resaltar entre sus aciertos, tenemos buenas elecciones de cast. Scarlett Johansson acepta el rol con la mayor seriedad posible, y en verdad se convierte en Lucy durante los escasos 88 minutos que el espectador estará sentado en su butaca. Choi Min-sik, a quien recordaremos por memorables papeles en cintas como Oldboy (2003), Sympathy for Lady Vengeance (2005) o I Saw the Devil (2010), es siempre un placer de observar en sus roles de villano en turno, aunque queda la sensación de que el guión lo desaprovecha un poco. El resto de secundarios cumplen bien su función, sin destacar demasiado.
La banda sonora resulta cumplidora. Difícilmente la recordaremos al abandonar la sala, pero mientras se proyecta la cinta, no nos molestará y acompañará bien las imágenes y escenas en pantalla. Son precisamente esas imágenes el plato fuerte del filme. Besson es un artista de la coreografía, y un mago de lo visual. Escenas simples como un traslado de una comisaría a un hospital se convierten en verdaderos acelerones de adrenalina, en los que la cámara siempre estará situada en el lugar exacto para meter al espectador directamente en la acción.
Sin embargo, es el guión el que representa la parte más peliaguda de la experiencia. Lucy otorga a su protagonista la capacidad de hacer cosas increíbles que podrían poner fin a la trama en cuestión de segundos, llenando así el argumento de huecos con poderes que aparecen y desaparecen a conveniencia de la historia.
El cineasta francés explota demasiado su creatividad en un proyecto que no parece dar para tanto. Seamos honestos, no es la primera vez que un ser humano utiliza más cerebro que la persona ordinaria (te estoy mirando a ti, Bradley Cooper). Aunque pueda sonar admirable en primera instancia dotar a tu película de una personalidad propia, el camino elegido es uno que nos lleva a límites más allá de los imaginados por Terrence Malick en su discutidísima The Tree of Life (2011). Besson mete con calzador explicaciones sobre la evolución, el origen de la vida e incluso del mismo Universo.
Pese a que se da lugar a unas tomas alucinantes e hipnóticas del espacio exterior, de la historia de la humanidad o del big bang, todo tiene un cierto regusto a «Trying too hard«. El director de culto intenta por todos los medios hacer que una de sus cintas más convencionales (y debemos recordar que es el mismo sujeto que entregó Malavita el año pasado) sea, al mismo tiempo, la más trascendente, provocando momentos de verdadero humor involuntario entre los que se incluyen supercomputadoras imposibles, ciencia cuestionable y un simbolismo divino demasiado descarado. Avanzando a trompicadas entre el humor negro, la violencia, la ciencia ficción y el existencialismo filosófico, Besson llega al extremo.
Lucy intenta tocar temas demasiado serios, controversiales y experimentales disfrazándose de un mero entretenimiento, o quizá todo lo contrario. Retomo ahora el error en su duración: todos los fascinantes escenarios planteados son a penas planteados y difícilmente explorados, por lo que el potencial no se exprime en ningún momento, otorgando soluciones fáciles e incluso risibles a unas cuestiones por demás interesantes. Pensemos en una Matrix de 75 minutos de duración, en los que Morpheus intenta enseñar a Neo toda la complejidad del argumento entre tomas bullet time y persecuciones. Ahora remuevan al guía espiritual de la ecuación, y digan que en realidad el elegido podía saberlo todo sólo por el simple hecho de ser el elegido. Se requiere que la audiencia de un gran salto de fe para creer algo de ese argumento.
Al final, Lucy es una película que establece cuestiones provocativas y fascinantes, y las desaprovecha en búsqueda del entretenimiento del gran público. No otorga demasiadas respuestas, ni se molesta en intentarlo, todo para demostrar que un ser humano que utiliza el 100% de su capacidad cerebral no sólo tiene acceso a grandes conocimientos, sino que es, para todos los efectos, una deidad por sí misma. Un proyecto que, por su naturaleza misma, generará una gran diversidad de reacciones en el momento, pero que difícilmente será recordada en el futuro lejano.