«Más Negro que la Noche» es un proyecto que llamó mucho la atención desde que fue anunciado. Se trata de una cinta de terror, remake de la cinta homónima dirigida en 1975 por Carlos Enrique Taboada, pero a diferencia de sus primas cercanas, «Hasta el Viento Tiene Miedo» (2007) y «El Libro de Piedra» (2009), el film de Henry Bedwell tenía un atractivo agregado: se trata de la primera película mexicana live action rodada en 3D.
La trama es de lo más sencilla. Ofelia, una joven que vive con sus amigas en un departamento, se entera que su tía Susana ha muerto, y que le ha heredado todas sus posesiones, entre las que se incluye una gigantesca mansión. Desde el momento en que el grupo pone un pie en la casa, las cosas comienzan a volverse extrañas, especialmente cuando Evangelina, la tenebrosa ama de llaves, les informe que la única condición para que se queden ahí es cuidar al amado gato negro de Susana: Becker.
Antes de proseguir, debemos tomar una rápida lección de cine de terror. Todo realizador se enfrenta a dos caminos para contar su historia de casas embrujadas: Puede elegir el formato del suspenso, de manera que el ritmo sea lento, pero pueda construir una atmósfera agobiante, donde el verdadero miedo viene más de las cosas que no vemos que de lo que se muestra en pantalla; o bien, puede elegir la ruta del susto espontáneo, de ritmo ágil, en la que el terror vendrá de las cosas que constantemente brincan a la pantalla y los sonidos fuertes. Ahora, el hacer esta distinción no quiere decir que su servidor se encuentre en contra del segundo camino. Hay veces en que estas cintas resultan efectivas, entretenidas y dejan con una gran sonrisa en la cara, y un grito bien ahogado.
El problema aquí es que el señor Bedwell parece querer tomar el primer sendero, pero piensa que la audiencia no lo sigue, y constantemente corre a revisar si el segundo camino sigue ahí. Me explico: Hay cineastas modernos como James Wan y Ti West que toman su tiempo en comenzar a contar su historia. De esta manera logran crear un ambiente espeluznante sin necesidad de recurrir a los brincos y sobresaltos hasta el tramo final de su cinta, de manera que una vez que el miedo aparece, ya estamos sumergidos en el mundo obscuro al que los autores nos quieren introducir. Bedwell intenta construir ese clima de incertidumbre, pero constantemente se sabotea a sí mismo con trucos baratos como el «flashback gritón» que aparece de la nada al finalizar una escena tranquila. Por lo tanto, su intento de atmósfera se cae estrepitosamente, y debe comenzar de nuevo.
Por más de una hora tenemos una colección de viñetas que siguen un patrón bien determinado: Gente habla, alguien se separa, sustito y de vuelta al inicio. Como los pseudoscreamers introducidos con calzador en la historia rara vez son efectivos por su obviedad, la película se vuelve rápidamente cansina y tediosa. Y cuando las revelaciones no sorprenden, los sustos no asustan y la historia no avanza, tienes una película de terror mala. Sería muy fácil tomar esa última oración y dar por concluida la crítica, pero es necesario hacer la separación de sus partes, porque encontraremos pros y contras.
El guión no tiene una sola innovación para el género. Todo lo que sucede lo hemos visto antes. Los personajes son estereotipos clásicos, las situaciones son comunes y los sustos son genéricos. El aspecto que en verdad molesta, sin embargo, es que se abran preguntas que no se tiene intención de contestar. Así, tenemos una historia plagada de agujeros, algunos de guionismo básico, y que al no ser vitales para la trama hacen que nos preguntemos por qué demonios están ahí en primer lugar.
Las actuaciones están muy mal durante la primera hora. Los actores no se creen lo que dicen, ni sienten a sus personajes. Entre todo el cast (extras incluidos) destaca únicamente Margarita Sanz como Evangelina, una ama de llaves misteriosa y tétrica que ha dedicado toda su vida a la mansión. No obstante, llegado el clímax, las chicas protagonistas demuestran que tienen potencial de scream queen, y llevan bien el tramo final de la cinta.
La cinematografía es bastante correcta, resaltando la escenografía con un buen uso de tomas panorámicas, y añadiendo algunos planos detalle muy intimistas, así como travellings a lo largo de interminables pasillos, que sobrecogen y consiguen los mejores momentos del film con un poderío puramente visual. Aunque, por supuesto, se encuentra atada a sus limitaciones presupuestales y tecnológicas (muy visibles en el uso de pobre CGI), podría decirse que solventa los problemas y sale avante sin muchas complicaciones, lo que es indirectamente una felicitación al diseño de producción. Lástima que la banda sonora que lo acompaña sea tan predecible y monótona.
Y como la ocasión lo amerita, dedicaremos un párrafo a hablar del primer 3D hecho en México. Es un recurso bien hecho, pero con fallos comprensibles debidos a la inexperiencia. Los objetos en segundo plano son sacrificados para realzar el primer plano, por lo que regularmente el fondo de la toma está borroso, lo que puede resultar molesto. Esto provoca que el potencial del formato no se explote completamente, pero si dejamos a un lado los prejuicios ridículos, es mejor que muchas de las cintas reconvertidas en grandes estudios de Hollywood.
Resumiendo: el guión es malo y la mayoría de las actuaciones también, la banda sonora es mediocre y sin riesgos, y en general, la película resulta muy aburrida y poco efectiva. A cambio, tenemos una cinematografía notable, un buen diseño de producción, un personaje que se roba la pantalla y un 3D correcto, aunque aún inmaduro. «Más Negro que la Noche» es olvidable pese a algunos aciertos, y el mayor temor que infundirá en el espectador será cuando llegue a casa, esperando el inminente remake de «Vacaciones del Terror» (Cardona, 1989), con cameos de Pedrito Fernández incluidos.