El fútbol es mi religión favorita porque el fútbol no te pide nada y te puede dar mucho. Es mi religión favorita porque es la única que parece haber logrado una comunión en todo mundo. El fútbol es “la única religión que no tiene ateos”.
Hoy no se construyen iglesias en el centro de las ciudades, ni son visitadas con el fervor de antes. El punto céntrico de cualquier lugar del mundo es el estadio de fútbol del equipo local, en donde cada quince días las líneas del metro estallan en los colores de su camiseta. El poder unificador y universalizador que gesta una trascendencia desde adentro de uno mismo.
El fútbol lo puedes practicar y puedes profesar tu amor por él, al igual que cualquier persona, y nadie te molestará; sin importar tu grado de compromiso con él, tu bagaje en la cultura futbolística o tu condición socioeconómica. Si te gusta el mismo equipo que a mí, te abrazo y gritamos al unísono; si te gusta el equipo contrario al mío, me burlo de ti, te burlas de mí, y después celebramos juntos… Porque, aunque es cierto que entrega una experiencia religiosa, ambos sabemos que -es solo fútbol-.
Hoy los niños se desviven, viendo las banderas con la cara de Diego Armando Maradona y escuchando hablar de un tal Pelé, mientras buscan las imágenes con los rostros de Kylian Mbappé y el del mayor santo actual del balompié: Lionel Messi. Ahora les dicen estampitas.
El fútbol tiene sus lugares sagrados. Los Estadios Aztecas, los Wembleys y los Maracanás del mundo; cada uno con su propia historia y, en ellos, todos los años, se escriben nuevos mitos. Cada ciudad carga con su propia simbología; sus escudos, sus himnos, con sus propios héroes, sus propios villanos y sus arcos de redención, sufrimiento y, claro está, de victoria.
Hoy celebramos la redención de la selección argentina y la gestión de un nuevo mito, el del –pecho frío– que pudo hacer frente a cuatro finales perdidas al hilo con su país para después convertirse en el héroe de su nación. Del pequeño perdedor, al máximo campeón histórico; de aquella figura criticada, a aquel que luchó tanto que no puede ser más que celebrada.
El fútbol a nivel selección trata sobre ello. No sobre cuál es el mejor país, ni en donde se vive mejor, pero sí sobre cuál tiene los mejores mitos. Las historias más importantes, los escudos de mayor peso. Qué nación gestó a los héroes que serán recordados. Es el único espacio en el cual el orgullo de un pueblo entra en disputa con el del otro y al final ambos se pueden ver cara a cara, con una mueca en el rostro… La Torre Eiffel iluminada con los colores albicelestes.
Hoy no queda más que agradecer el haber vivido otra experiencia sagrada porque, aunque el fútbol no promete dar la respuesta a nada, sí que puede dar respuestas claras. Hoy un país se siente más unido que nunca y el resto del mundo mira, maravillado, el fervor, la devoción y la alegría que una simple pelota rodante puede crear.
El fútbol es la imagen de Messi empujando el balón en el minuto final de un partido con el Barcelona, a punto de levantar un trofeo de millones de euros. Es el niño afgano que pintó los colores azulgranas en una bolsa de plástico y se la puso, pateando un balón imaginario mientras grita el nombre de su héroe. El fútbol es el encuentro entre ambos, un abrazo en donde intercambian sus playeras.
Hoy el mundo del fútbol es el de lo santos que se pueden tocar, los mitos que podemos disfrutar mientras se desarrollan y las obras de arte (jugadas) que nos arrebatan el aliento, haciéndonos sentir más cerca de la divinidad, de la máxima promesa del hombre, y más lejos de la orfandad que nos dejó la falta de creencias y de causas comunes.
El fútbol es una religión sin doctrina, una fe sin promesa de salvación. Es el entendimiento del mundo a partir del desentendimiento, del perderte en un espectáculo que podría parecer vacío en contenido, pero que es de lo más rico en símbolos. El fútbol es la religión del dejarte ir, del aceptar vivir y del gritar -gol- con el corazón en la boca, porque, aunque sabes que no importa, también sabes que, más que reflexionar sobre ellos, uno se tiene que involucrar en los asuntos que le dan sentido a la vida.