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¿Qué tienen en común una ex estrella infantil, un enamorado patético, un grupo de cineastas y dos pandillas rivales de guerreros Yakuza? En las siguientes dos horas, todos serán partícipes de uno de los baños de sangre más memorables en la historia de las batallas climáticas.
Vamos a Jugar al Infierno es una película de Sion Sono, quien es recordado como el director del clásico de culto Suicide Club (2001). Ha tardado más de un año en llegar a nuestro país. De hecho, gracias a este largometraje, el realizador Nipón fue seleccionado para crear una de las secciones de ABC’s of Death 2, que se estrenará más adelante este año.
Los Fuck Bombers son un grupo de amigos obsesionados con crear la película perfecta. Su ambición les lleva a implorar a los Dioses del Cine. Diez años después, su técnica no mejora y sus sueños comienzan a desaparecer. Sin embargo, un grotesco accidente del destino les pone una oportunidad de oro: Grabar una auténtica pelea a muerte entre dos bandos rivales de gangsters, aunque les cueste la vida misma.
Sion Sono desarrolla la idea de las historias cruzadas. Una pandilla de amigos sin futuro que sólo quiere hacer cine por siempre; una sádica niña estrella, hija de uno de los líderes Yakuza, que ve como su prometedor futuro se ve sesgado por la vida de su padre; un torpe adolescente obsesionado con la protagonista de un comercial de pasta de dientes; el gangster que es traicionado por su pandilla rival, y debe ver como su esposa es llevada a la cárcel por una auténtica carnicería; su oponente, un guerrero que ha perdido la cabeza y se dedica a dar órdenes ridículas a sus hombres; y una mujer presa, que sólo quiere salir de su encierro para ver como su hija se ha convertido en una famosa de renombre.
Todos estos arcos argumentales se conjugan a lo largo de 126 minutos, en los que veremos como uno a uno los personajes son presentados con gran detalle. En este sentido, no podemos hablar de una película con ritmo vertiginoso. Sono se toma su tiempo para lograr que el espectador empatice con su colorido cast. El humor negro y los momentos random son una constante a lo largo de la proyección. Tristemente, las diferencias culturales entre el cine occidental que acostumbramos a ver, y el arte oriental, será la barrera que no dejará a parte del público disfrutar la cinta.
Precisamente es la estructura por la que opta el director la que hace que el ritmo semilento de su primera hora llegue a cansar en algún punto. Sin embargo, las cosas buenas llegan a quien sabe esperarlas. Homenajeando al cine de artes marciales en todo momento, y tomando incluso inspiración en el cine de Tarantino (Inception), un clímax épico se cuece a baño María.
Cuando la acción finalmente estalla, nos encontraremos sumergidos en una de las batallas más salvajes jamás rodadas. Volarán vísceras, cabezas y extremidades. Filosas katanas y mortales pistolas son protagonistas de esta masacre, en la que por fin las historias se han cruzado hasta el punto de no retorno. E incluso nos sentiremos mal por los personajes que van mordiendo el polvo, dándonos cuenta que la habilidad de Sono para definirlos es aún mayor de lo que pensábamos.
Al final, Vamos a Jugar al Infierno es una cinta ampliamente recomendable para el público con estómago fuerte, que desea ver acción sin descuidar una sólida trama. Si bien su ritmo hará que muchos sientan el peso de sus dos horas de duración, una vez que rueden los créditos finales, la sonrisa en nuestras bocas delatará el buen rato que acabamos de pasar. Estamos ante la exploración metafílmica de un cineasta que quiere una estrella de las artes marciales del país del Sol naciente; un Bruce Lee japonés.
Y recuerden lavarse los dientes tres veces al día.