No hace mucho, platicando con una buena amiga de la carrera de Letras Hispánicas, comentaba la gran fuerza que han tomado los recientes artículos donde relacionan los estudios científicos con la cultura popular. Ella me comentaba algo que dio al clavo en muchos sentidos para comprender un poco mejor lo que hoy sucede con estos artículos, dignos de blogs ávidos de likes y seguidores, que en un descuido creen y dan por hecho que, si la ciencia lo dice, entonces es verdad. Algo como el paradigma de que “si lo dice la tv, debe ser verdad”.
Mi amiga me comentaba una de las características de la literatura de ciencia ficción y fantástica, en la que, para dotar de realismo y credibilidad a la historia, empezar el relato con un personaje dentro de la ciencia nos hacía pensar en un hombre entregado a la verdad: un científico loco, como el Dr. Frankenstein, por dar un ejemplo. De este modo, al iniciar el relato con esta idea implícita de genuinidad, la ficción de la historia podía parecernos más creíble, al punto de pensar que puede ser real.
Dicha fórmula no ha dejado de emplearse, sin embargo, se han alejado de la literatura para ser inmersa en las revistas y blogs, porque tampoco quiero hacer crítica del periodismo en bloque, pues hay honrosas excepciones. Así pues, han usado la muletilla de la ciencia, o ciencitivitis, en pro de legitimar y fundar una nueva legión de seguidores que, si lo dice la “ciencia”, entonces es verdad.
Encabezados como “La ciencia te dice por qué no podemos ser monógamos” o “Un estudio revela qué música te hace estúpido o inteligente” “La universidad de los Molinos de los Mixotes, realizo un estudio donde… ” o “cuál es la mejor hora para tener sexo según la ciencia” ¿en verdad hemos llegado a este grado de banalizar el sexo con una hora específica al día para disfrutar más de él, sin importa otros factores físicos, mentales u emocionales?
Y así podemos ir brincando de blog en blog, de revista “cultural” en revista “cultural” dando like y sintiendo que lo que tanto quisimos sobre nuestra personalidad ya lo respalda la ciencia, ya es verídico. Es evidente que la ciencia no es la culpable de este vicio, sin embargo, la historia de la ciencia y su etapa más plena como lo fue la modernidad, tiene mucho que ver.
La modernidad, al ser un proyecto civilizatorio, como lo dice Walter Mignolo, tuvo varios estandartes dentro de sus consignas: la secularización, el progreso, el libre comercio y, por supuesto, la ciencia y la razón. La ciencia se convirtió en uno de los estandartes más sólidos de la modernidad, donde se dejaba de lado el ocultismo y la religión para asuntos privados y ya no eran un ente público, es decir, si querías creer en el esoterismo, tenías que hacerlo en tu casa, en privado, en tu alcoba. El hombre moderno era un hombre de razón científica.
La ciencia no tardó en comenzar a legitimar discursos bajo los cuales se pudo “civilizar” a las periferias, implementar la nueva forma de comprender y explicar el mundo, lejos de los mitos y las ocurrencias religiosas que se predicaban hasta antes del siglo XVI. Dichos discursos de legitimación han pasado al dominio cultural para hacernos consumir tal tipo de música, de series, de libros o de películas. Lo peligroso de esto no es que se nombre a la ciencia para dar un sustento argumentativo a dichos textos, sino que nosotros, los lectores, lo creamos a pie juntillas lo que el intrépido redactor nos muestra como una verdad absoluta, de la cual, también sospecho que no sea consciente.
La ciencia siempre ha estado presente en la cultura pop dentro del cine, con películas memorables como Metrópolis de Fritz Lang u Odisea del espacio de Kubrick. En televisión existieron series como Star Trek, que tuvo una popularidad muy amplia entre el público. Tampoco podemos dejar un catalizador como lo fue The Big Bang Theory, serie televisiva que ponía como núcleo al llamado nerd pero con el auténtico acierto de mostrarlo cool.
Diversas circunstancias comenzaron a dar un posicionamiento cool al ser seguidor ferviente de la ciencia, pues el prestigio de desvalorizar la religión a través de argumentos científicos fue una actitud distintiva del resto de los ingenuos crédulos de la religión. Sin embargo, en muchos casos, lo único que se podía observar era la sustitución de un canon por otro.
Me parece, en esta era donde corroborar datos e información es mucho más fácil que entrar, invitar a dudar. Se debe dudar del nombre de las universidades tan prestigiosas que mes con mes o semana a semana nos arrojan “estudios” tendenciosos con la finalidad de proclamar la verdad de asuntos tan complejos como la educación, los mediadores sociales, culturales y económicos. Los dejan de lado como si fueran detalles que pasar por alto, que no afectarán los resultados obtenidos en sus laboratorios. Cuestionar a la ciencia nos hará seres de razón. No compartir lo que diga la ciencia, tampoco arremeter contra los creyentes de la fe de cualquier religión que, dicho sea de paso, se les crítica el hecho de creer y depositar su fe en algo que no han visto, algo así como nosotros cuando compartimos uno de estos artículos profundamente reveladores.