White Blood Cells luce hoy un vestido rojo, blanco y negro para dirigirse a la pista y bailar no un vals sino un blues. El álbum quinceañero pareciera haber llegado a su madurez pero la realidad es que el paso de los años sólo ha reafirmado su atemporalidad: sigue haciendo volar cabezas como la primera vez que atravesó como una flecha los oídos neófitos del 2001.
Se trata del tercer álbum publicado por los ya extintos White Stripes. El disco tres, el tres mágico, el tres especial, el tres obsesivo que habita la cabeza de Jack White. El dúo iba forjando un camino fuera de su little room para emprender una misión de conquista que acabó en el 2011 pero que dejó huellas indelebles en la historia del rock. Era un 2001 que marcaba la separación definitiva, en términos románticos, de los White y se refleja en sutiles símbolos de ruptura. Este material, que muestra a Jack y Meg en su portada siendo acosados por unas sombras anónimas, tuvo la tarea de romper definitivamente la frontera de Detroit, Michigan y envolver al mundo con una guitarra sollozante y una batería impaciente.
El del cumpleaños es el disco que contiene algunas de las canciones más memorables de la Era Pre-Seven Nation Army de la banda, como Fell In Love With A Girl, Hotel Yorba o Dead Leaves And The Dirty Ground. Sin duda son temas que han significado una etapa importante del arte de Jack y Meg White. No es gratuito que Jack White, al ser interrogado sobre qué canción suya le gustaría que sonara en su funeral, haya contestado sin dudarlo que The Same Boy You’ve Always Known. Tal vez este, ahora titán del rock, sigue siendo el mismo chico que siempre hemos conocido, ese chico de voz aguda que a sus casi 26 años lanzaría una bomba musical titulada White Blood Cells. Probablemente Meg White sigue siendo la misma chica que siempre hemos conocido, aunque ya no sea parte activa del mundo de la música.
The White Stripes fue una agrupación que demostró que con pocos elementos se puede producir un blues de arenas, un rock de estadios y un country de festivales. Meg y Jack nos enseñaron que los bastones de caramelo y los dulces de menta se pueden convertir en un ícono generacional. No hace falta mucho más que enamorarse de una chica pelirroja, llegar al Hotel Yorba o simplemente ser el chico que siempre han conocido para hipnotizar millones de oídos. No hace falta más que una guitarra y una batería para convertirse en un gigante.
Hoy White Blood Cells está de fiesta. Celebra que su actualidad ha durado ya quince años. Celebra que ha formado parte de la vida de vida de miles de personas que han confiado en él como un guía. White Blood Cells es un quinceañero radiante, rebelde y en pleno proceso para volverse un clásico.