Han pasado nueve años desde que Carnavas golpeara con fuerza la escena indie/alternativa, y resulta curioso dar un seguimiento a lo que ha sido la carrera de los Silversun Pickups.
En primer lugar, nunca pudieron alcanzar el éxito que se les auguraba con su impecable debut. Pese a que sus esfuerzos nunca fueron malos, por algún motivo siempre parecían pasar debajo del radar. Para el momento en que Neck of the Woods llegó a tiendas en 2012, el fanbase de la banda crecía a un ritmo casi imperceptible.
Los cambios en su sonido fueron orientados a perder la agresividad y fuerza que les llevó a ser considerados unos Smashing Pumpkins modernos, llegando a explorar peligrosamente el territorio de la electrónica y el synth, con resultados satisfactorios.
Nietzsche expresaba acertadamente que «Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.» Nadie puede acercarse tanto al pop como para no dejarse llevar por él, y es una lección que los Silversun Pickups aprenden en Better Nature, su trabajo más suave, amigable, y tristemente olvidable hasta el momento.
Los poderosos riffs y los muros de sonido casi han desaparecido para dar paso a ritmos inocentes para mover la cabeza, coros pegajosos y canciones de cuatro acordes. El gran problema es que no estamos hablando de una banda que sature estadios, sino de una agrupación que tendría problemas agotando venues medianos.
¿Son malas las canciones de Better Nature? No realmente. El detalle es que solo el sencillo homónimo, Nightlight y Circadian Rhythm (Last Dance) logran su cometido. Si los Silversun Pickups fueran U2, seguramente habrían encontrado sus grandes himnos. El resto del disco se compone de canciones entre decentes y flojas, especialmente Tapedeck, cuyo ritmo monótono no sirve para soportar seis minutos de música.
Algunos momentos puntuales de canciones como Connection y Latchkey Kids demuestran que esos Silversun Pickups rockeros siguen vivos ahí, en algún lugar detrás de unas inexplicables aspiraciones mainstream.
Es cierto, la voz andrógina de Brian Aubert sigue tan potente como siempre, las vocales de Nikki Monninger se presentan como el gran as bajo la manga del material, y las melodías están ahí. Sólo resulta doloroso escuchar a la banda contenerse, y no permitirse esa completa pérdida de estribos que convirtiera a Lazy Eye en una leyenda.
Se nota una clara renovación, pero deberían pensar como llevarla a esos venues pequeños que los vieran nacer, y no en como sonaría en lugares que no están listos para llenar.
https://www.youtube.com/watch?v=Ol4Dko3rw28