No teníamos planeado hacer una reseña en forma de Los Minions. Nuestros queridos lectores ya pueden ver a estos seres amarillos hasta en su papel higiénico. Sin embargo, tras tres semanas pisando fuerte en taquilla, ha llegado el momento de darle una mirada a su primera aventura. La película parte de un argumento bastante sencillo: Los Minions necesitan encontrar un genio del mal al cual seguir para darle un propósito a sus vidas, llegando hasta la Inglaterra de los años sesentas, donde una nueva supervillana acapara los refelectores. Y ya, eso es todo, no busquemos más.
Desde los primeros minutos de metraje, resulta muy fácil encontrar el principal problema de esta cinta. En un intento por mantener la atención del público infantil, decide no otorgar minutos de silencio. Estamos ante un mundo colorido, ruidoso e hiperactivo, lo cual debería ser un pro, pero termina jugando en contra cuando las escenas pierden poder entre el bochornoso mar de gags visuales/sonoros. Nunca se concede un segundo de calma, como sí lo hiciera (muy inteligentemente) Mi Villano Favorito.
Partiendo de lo anterior, el conflicto siempre es apresurado y atascado de relleno, dando la sensación de que bien podríamos tener un buen corto de 10 minutos explicando la historia de los pequeños ayudantes de Gru, previo a las exhibiciones de Mi Villano Favorito 3.
Los chistes son repetitivos y sumamente predecibles. La mayoría de las risas provienen de simples palabras pronunciadas con el inconfundible acento Minion, lo que se vuelve cansado rápidamente. Y se que muchos podrán argumentar que el estilo del humor absurdo es válido, y tienen mucha razón, pero tantas animaciones lo han hecho tan bien (desde el hilarante surrealismo de Bob Esponja hasta las brillantes referencias pop de Shrek), que Los Minions parece un plato de segunda mesa, creado para sonrisas cansadas y forzadas.
La animación se queda en el terreno de lo seguro en todo momento, llegando incluso a reciclar diseños de personajes y escenarios que ya hemos visto en las entregas anteriores. Si bien el 3D cumple en algunas escenas, en su mayoría desaprovecha el escenario, fallando en dar profundidad a una ciudad tan fascinante como lo es Londres. Sin embargo, pese a todos sus errores, hay una cosa que la cinta de Pierre Coffin y Kyle Balda hace a la perfección: aprovechar la cultura sesentera. Bueno, al menos su música. The Turtles, The Who, Jimi Hendrix, KC & The Sunshine Band, The Kinks y The Doors son algunos de los artistas cuyas grandes piezas desfilan en pantalla, dando un tipo de alivio a las escenas en pantalla.
Al final, y perdiendo seriedad por un segundo, estamos ante una película de encargo, concebida para crear dinero (cosa que va a lograr sin problemas), pero que no ha obtenido una recepción positiva de la crítica, ni el público. De hecho, son muchos niños los que parecen aburrirse con ella llegando el tercer acto, cosa comprensible cuando gran parte de los eventos no llevan a ningún lugar. Vayan a ver Inside Out por segunda o tercera vez y esperen la aparición de Minions en Netflix.