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Arte y Ocio

Los Amorosos: Una vida, Jaime Sabines.

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Jaime Sabines, uno de los poetas mexicanos más reconocidos alrededor del mundo. Chiapaneco que escribió un magno poema: ‘Los amorosos‘. Versos que se dicen entre enamorados, estrofas que no faltan en los recitales, fragmentos que diariamente alguien parafrasea. En él podemos encontrar toda la obra de Sabines resumida y sentida con la misma intensidad. Un poema que funge también como acervo cronológico de temas que después desarrolla, tales como el amor -por supuesto-, el desamor, el dolor, la soledad, el surrealismo y la muerte. Desde su primer libro, Horal, hasta sus últimos poemas sueltos. Los amorosos, maravillosa obra que poco a poco iremos sintiendo palabra por palabra al encontrar elementos de todos sus elementos en cada uno de sus libros.

Nota: Se le recomienda al lector escuchar el poema ‘Los Amorosos’ en voz de su autor para disfrutar mejor la nota.

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan. {…}

Comenzamos con el primero de sus libros, Horal (1950). Esta estrofa muestra un inicio, un contexto que presenta a sus personajes más místicos: Los amorosos. Algo similar se encuentra en el poema de ‘Yo no lo sé de cierto‘:

[…] Todo se hace en silencio. Como

se hace la luz dentro del ojo. El amor

une cuerpos.

En silencio se van llenando el uno al otro […]

{…} Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

 

Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

siempre, hacia alguna parte. {…}

En este fragmento se une la desesperanza, la soledad, el largo penar y el caminar a solas en una vereda interminable. Otro poema de Horal, ‘Entresuelo‘:

[…] Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,

hasta el último vuelo de la última ala,

cuando la carne toda no sea carne, ni el alma

sea alma.

Es preciso querer. Ya lo sé. La quiero.

¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!

Esta noche me hace falta […]

Ningún adiós mejor que el de todos los días

a cada cosa, en cada instante, alta

la sangre iluminada.

[…] Yo me voy a otra parte.

Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

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{…} Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

 

Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,

los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. {…}

El segundo libro que publica es Señal (1951) Ahora se repite la soledad, el transcurso de los días y la observación permanente de las personas, misma situación que en ‘Los he visto en el cine‘:

[…] Los he visto quererse anticipadamente, adivinando

el goce que los vestidos cubren, el engaño

de la palabra tierna que desea, el uno al otro extraño.

Es la flor que florece,

en el día más largo,

el corazón que espera,

el que tiembla lo mismo

que un ciego presagio

[…] Y ellos, constantes, tiemblan,

se ponen en sus manos,

y el amor se sonríe, las mueve,

les enseña,

igual que un viejo desengañado.

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{…} Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir

porque si se duermen se los comen los gusanos. {…}

En ‘Después de todo’ podemos vislumbrar la destrucción y construcción de uno mismo. Es una contradicción presente, una batalla interna:

[…] Se trata de mi cuerpo al que bendigo,

contra el que lucho,

el que ha de darme todo

en un silencio robusto

y el que muere y mata a menudo.

[…]

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{…} En la oscuridad abren los ojos

y les cae en ellos el espanto. {…}

Adán y Eva (1952) acude a su libro más amoroso, una anécdota del primer día. Una noche eterna que se ve culminada al encontrarse dos, el miedo desaparece al encontrarse uno; tal y como muestra el siguiente fragmento:

II

En la noche hay tambores, y todos los animales duermen como el olfato abierto como un ojo. […] Cuando pasa el miedo junto a ellos, los corazones golpean fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven eternamente en el mismo lugar […]

 

{…} Encuentran alacranes bajo la sábana

y su cama flota como sobre un lago.

{…}

Uno de los elementos que se ve marcado en su obra es el surrealismo. La tranquilidad, el distanciamiento del movimiento y el tiempo se detiene. Una parte vital de su poesía y que se ve reflejada en estos dos versos, como sucede en el siguiente fragmento de Adán y Eva:

IX

[…] ¿Has visto el tronco? Es un panal de agua. Me gusta el platanar con su humedad sombría y derribada, con su lecho en que se pudre el sol, y con sus hojas golpeadas y tranquilas.

[…] Me gusta tirarme en el suelo sin raíces y sentir como transcurre el agua, y quedarme inmóvil, oyendo.

 

 

{…} Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo. {…}

 

Tarumba (1956) Uno de sus libros más enigmáticos y difícil de seguir. Una conversación con Tarumba, el personaje principal, al cual le dice cosas que poco a poco las enfatiza y las enlaza con su contrario. El pueblo y su misticidad, los días y las horas insoportables, penosas. El uno y el otro, el mismo, la luz y la sombra, el bien y el mal. Al igual que este fragmento, ‘Mirar pasar’ nos presenta:

[…] Mirar pasar a los amantes separados

y a los sabios del odio.

Los dueños de la soledad,

nadando a gritos,

ahogándose en la espuma de su sangre.

[…] ¿Me miras? ¿Me conoces? ¿Me descifras?

[…] Trabajo has de tener para encontrarme,

pero si le pisas el callo a un ángel, yo grito,

y si molestas al lagarto

con predicas de buena voluntad, te daré un coletazo.

[…] ¿No ves mi corazón, vejiga inflada,

Y mis ojos, hinchados que se me salen?

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{…} Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite. {…}

 

Es el reencuentro de dos, el redescubrimiento del Edén, la nostalgia de los primeros días que aconteció todo. Y se encuentran y redescubren esas tierras deshabitadas, florecientes, al igual que ‘¿Es que hacemos las cosas solo para recordarlas?’ de Diario Semanario y Poemas en Prosa (1961):

[…] ¡Paraíso perdido será siempre el paraíso! […] El amor que no deja rastro de sí, porque es como la sombra de una nube, la sombra fresca y ligera en que se abren las rosas.

[…] Risa de dos, como la risa del agua y del niño; la risa de la bestia bajo la lluvia que ríe.

[…] ¿En dónde estamos, desde hace tantos siglos, llamándonos con tantos hombres Eva y Adán? He aquí que nos acostamos sobre la yerba del lecho, en el aire violento de las ventanas cerradas, bajo todas las estrellas del cuarto a obscuras.

 

{…} Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse.

Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. {…}

 

El amor, en palabras de Sabines, es algo que se dice con silencios, cosa impalpable y que aún así se siente. ‘Digo que no se puede decirse el amor’ de Yuria (1967) enfatiza bien esta estrofa:

[…] El amor no se dice con nada,

ni con palabras ni con callar.

Trata de decirlo el aire

y lo está ensayando el mar.

Pero el amante lo tiene prendido,

untado en la sangre lunar,

y el amor es igual que una brasa

y una espiga de sal.

La mano de un manco lo puede tocar,

la lengua de un mudo, los ojos de ciego,

decir y mirar.

El amor no tiene remedio

y sólo quiere jugar.

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{…} Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. {…}

 

Algo Sobre La Muerte del Mayor Sabines (1973) es uno de sus poemas enormes y tan corrosivo, delator, escuchado. La muerte se presenta de un lugar a otro como suceso, personaje, lugar y destino. La muerte es uno, ¿Y qué palabras mejores que las del penúltimo fragmento?:

IV […] ¿Para esto morir?

¿para inventar el alma,

el vestido de Dios, la eternidad, el agua

del aguacero de la muerte, la esperanza?

¿morir para pescar?

¿para atrapar con su red a la araña?

Estás sobre la playa de algodones

y tu marea de sombras sube y baja.

{…} Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas. {…}

 

Maltiempo (1972) que se encuentra antes publicado de Algo Sobre La Muerte… pero que fue escrito después debido a los sucesos de la muerte de su padre y posteriormente, su madre. Es entregado a la cotidianidad de los días, a la sencillez de su palabra, los sucesos ordinarios, sentimientos que no son amor, y tampoco tienen nombre:

XVII

Lloverás en el tiempo de lluvia,

harás calor en el verano,

harás frío en el atardecer.

Volverás a morir otras mil veces.

Florecerás cuando todo florezca.

No eres nada, nadie, madre.

De nosotros quedará la misma huella,

la semilla del viento en el agua,

el esqueleto de las hojas en la tierra.

Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,

en el corazón de los árboles la palabra amor. […]

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{…} Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,

y se van llorando, llorando,

la hermosa vida.

Por último, al ocaso de su vida, escribió distintos poemas que no pertenecen a ningún libro. El último poema que se vio publicado, ‘Me encanta Dios’ reencarna a la última estrofa de Los Amorosos, el dolor, el entendimiento, la simultaneidad, y la permanencia, la reconciliación con la vida y el reconocimiento del sufrir como parte de la vida. La eternidad de sus últimas palabras, vistas en las primeras. Sintiéndose, naciendo y muriendo al mismo tiempo:

 

[…] Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento. […]

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

 

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Enrique Carbajal Montes

"El chico que busca y escribe. Un desconocido agradable."

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