Querido lector:
Si estás interesado en críticas con finales felices, donde pequeños pitufos sostienen sus manos mientras sonríen, cantan y bailan alrededor de una fogata en su mundo perfecto, estarías mejor leyendo otro blog. La historia de los Baudelaire no tiene un final feliz, ni un principio feliz, y ciertamente contiene muy pocas cosas felices en el medio.
Los jóvenes Baudelaire son tres pequeños niños de extraordinarias habilidades. Violet (Emily Browning), la mayor, posee una capacidad increíble para idear los más peculiares mecanismos para cortar papas, hacer la cama o salvar la vida del Archiduque Ferdinando. Klaus (Liam Aiken), el mediano, es un incansable lector, y a lo largo de su corta vida, ha adquirido los conocimientos de diversos tomos de enciclopedias, almanaques, diccionarios e incluso -y me apena mucho decirlo- algunos libros de leyes. Sunny (Kara y Shelby Hoffman), la más pequeña de los Baudelaire, es una bebé excepcionalmente inteligente, y cuenta con una afilada dentadura, por lo que su pasatiempo favorito, como el de todos los niños que no se encuentran dentro de manicomios donde tienen prohibido hacerlo, es morder cosas.
Sin embargo, estos tres miserables pequeños verían su vida cambiar cuando una tarde junto al mar recibieran la noticia que desencadenaría en toda una serie de eventos desafortunados: sus padres, dueños de la envidiable fortuna de los Baudelaire, habían fallecido en un terrible incendio.
Su primer tutor, el Conde Olaf, era un hombre estrafalario, palabra que aquí significa «un villano ególatra y desquiciado maravillosamente interpretado por Jim Carrey«, con la única misión de deshacerse de los huérfanos para así quedarse con su fortuna. Los chicos lograron deshacerse de él, pero dentro de sus corazones sabían, como estoy seguro que tú lo sabes, que lo peor aún estaba por venir.
Si no te interesa saber cómo es que tres pequeños casi son asesinados por sanguijuelas carnívoras, un huracán devastador, reptiles venenosos, un tren y la espantosa habilidad histriónica del Conde Olaf, debo felicitarte por tu cordura y sanidad mental; y te invito a cerrar esta página, y a abrir una nueva pestaña, donde una película de pitufos felices que cantan y bailan te estará esperando. Yo no he tenido esa opción, pues he aceptado reseñar la cinta que narra la historia de los Baudelaire, sin importar lo terrorífica, violenta, nauseabunda y ligeramente irónica que ésta sea. Si por otro lado quieres quedarte a conocer más, sólo puedo darte una última advertencia, esperando que no termines escondido en una cueva oscura, rodeado de mortales tiburones, con nada más que un martillo, una laptop y conexión a internet de alta velocidad.
El mundo que rodea a los huérfanos Baudelaire es sombrío, palabra que aquí significa «de un aspecto gótico y brillantemente fotografiado por Emmanuel Lubezki y Robert Yeoman«. Su historia es tan triste que bien podría haber sido recreada en blanco y negro. O sólo negro. No obstante, los distintos colores que retratan cada uno de los escenarios complementan muy bien la fugaz calidez y los eternos sinsabores de nuestros protagonistas.
La banda sonora de Thomas Newman persigue a nuestro desdichado trío a cada sitio, y logra profundizar aún más en la infinita tristeza de sus vidas, aunque suele tomar respiros en los pocos, poquísimos, en verdad muy escasos momentos de alegría. Estos contados minutos suelen deberse a que, en su travesía, los jóvenes Baudelaire no sólo conocen a espantosas personas. También llegan a conocer gente maravillosa y divertida, interpretados por talentosos actores y actrices, que estoy seguro debieron soportar mucha tortura antes de aceptar que su nombre se vinculara con tan terrible tragedia.
Muy a mi pesar, es mi funesto deber informarles que como adaptación, esta visión cinematográfica de la serie literaria deja fuera muchos de los aspectos más crudos, cosa de la cual no puedo culpar al guionista Robert Gordon, que seguramente pensó que sería mejor ocultar y enmascarar un poco la verdad, antes que recibir las cartas de miles de enojados padres, reclamando que sus hijos se niegan ahora a comer, dormir, ir al baño o levantarse de su herméticamente protegida cama. Tampoco puedo culpar a Paramount de decidir no seguir adelante con el resto de adaptaciones, ya que la cantidad de lágrimas derramadas por apenas tres de los doce escritos que componen la saga debió ser más que suficiente para garantizar a los ejecutivos una vida de remordimientos.
Finalmente, mi estimado lector, no puedo más que recomendarte mantenerte lo más alejado posible de los libros escritos por el señor Lemony Snicket, o como tal vez lo conozcas menos, Daniel Handler. Yo mismo he estudiado sus manuscritos, y he dedicado buena parte de mi vida a desentrañar los misterios que en sus páginas habitan, pero hay muchos hombres peligrosos detrás de ellos. Hombres a los que no les importaría que la batería de la laptop de un cierto colaborador de Poolp esté a punto de descargarse en las entrañas de una remota cueva tenebrosa, mientras los feroces chasquidos de mandíbulas se intensifican entre las sombras con el subir de la marea.
Hasta la próxima, si la hay.
Fernando Valencia.