Comenzar a hablar de 50 Shades of Grey resulta más complicado de lo que parece. Iniciaré diciendo que no es una película terrible, tiene aspectos muy rescatables y definitivamente cuenta con mucho más talento detrás que cualquier entrega de Twilight. Y eso, más que un complemento, es un gravísimo problema.
Anastasia Steele es la típica joven inocente, introvertida, hermosa y competente que, por algún motivo, es ignorada por todos en el colegio y siente que su vida no tiene ninguna cualidad rescatable. Gracias a su compañera de cuarto, Ana termina entrevistando al multimillonario empresario Christian Grey, desatando una serie de sentimientos confusos en ambos personajes.
50 Shades of Grey basó toda su campaña publicitaria en el sexo. Mucho se habló de la manera en que llegaría a los límites del cine comercial, mostrando cosas que no se ven regularmente en salas. Incluso generó campañas en determinadas partes del mundo para boicotear su estreno por considerar que glorifica la violencia de género. Honestamente, no merece ese tipo de publicidad. Estamos ante un producto blando, olvidable y diluido, que convierte una premisa con potencial en una especie de cuento de hadas con BDSM.
Dakota Johnson da su mejor esfuerzo para hacer que la audiencia simpatice con su personaje. No obstante, esto resulta imposible cuando el guión se empeña en volverla una niña demasiado inocente e insegura, casi al punto de volverla insoportable. El carisma natural de la actriz va desvaneciendo cada segundo, y desgraciadamente es acompañada por una interpretación totalmente mediocre de Jamie Dornan, quien tiene como único trabajo sonreír, lucir lindo y encender a la parte femenina de la audiencia. Su química en las escenas convencionales resulta mínima e incluso nula.
Lo más triste es que, en los escasos momentos en que la cinta se atreve a mostrar su potencial, las escenas resultan bastante sensuales. La iluminación, la edición y la música crean una mezcla bastante hermosa de observar, y logran crear el sentimiento erótico y apasionado que la historia desesperadamente pide. Sin embargo, pese a las constantes variaciones de «No practico el romance» escupidas por Dornan, su personaje termina viéndose como un blando, incomprendido y tierno romántico empedernido.
Así, el problema más grande de 50 Shades of Grey es la cantidad ridícula de escenas tiernas, melosas y cursis que se muestran en pantalla contrastando con su atrevido discurso, volviendo su duración pesada y tediosa. No hay riesgo alguno tomado por la producción, todo está mostrado desde un ángulo tan digerible y amigable que la eventual confrontación de Ana con sus sentimientos, deseos y miedos se siente exagerada y monótona.
Ahora, como ya mencioné, la película ni siquiera es lo suficientemente mala como para atraer la curiosidad de más espectadores. Sus valores técnicos son buenos, y algunas ideas funcionan, como las escenas cómicas que rompen la tensión entre los protagonistas. Sin embargo, al final del día, 50 Shades of Grey es una fantasía edulcorada y aburrida de una chica que sueña con su millonario perfecto.
Por si fuera poco, su anticlimático final nos deja preguntándonos el punto de todos los eventos. Es tan abrupto y cierra tan poco, que no nos deja esperando una secuela, ni nos intriga sobre el destino de los amantes. Sólo nos hace sentir una indiferencia aún mayor ante una saga cuyo material original cuenta con la fama suficiente como para garantizarle secuelas pese a sus tibias intenciones. Sólo queda esperar que se asuman decisiones más arriesgadas en la continuación, aunque en este punto, pareciera como pedirle peras al olmo. Una decepción total hasta para el más saludable de los morbos.
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